LILAN WAKAN
Libro III de la Leyenda de Jhuno
Capítulo VIII: WAKANDA
La asamblea seria al día siguiente de la llegada de Wakanda, por lo que este aprovechó el
tiempo para darse un paseo por el campamento, acompañado de los suyos, y
observo a las mujeres en sus tareas, lo cual no pasó desapercibido a algunas de
ellas. Había verdaderas bellezas entre las observadas, pero casi todas tenían
marido según «decían» sus ropas, pues
era costumbre poner los símbolos en los vestidos, que indicaban que estaban «casadas». De entre las que no lo
estaban, los ojos del guerrero que buscaba esposa, desde que su gran amor, se
fuera del campamento donde nació, Talutah,
no encontraron a ninguna que se acomodase a sus exigencias, pues sin
quererlo, todas y cada una de ellas, eran comparadas con aquella a quien tenía
idealizada. Tan solo alguien tan bella o más que Talutah, seria merecedora de que él se casase con ella.
Una noche en sueños, Wakanda
había soñado que se le aparecía el hermano búfalo (bisonte, Tatanka en lakota) que le habló: «Llegará a tu tiospaye una bella
mujer, venida de los bosques del este, de una gran belleza, y traerá consigo un
hijo. A ella la tomaras por esposa, y a él como tu propio hijo. Te hará feliz
durante muchos años. Un descendiente de tu hijo será el guerrero más grande de
entre toda la nación Sioux». Pero no tenía la certeza de que aquello fuera a ocurrir. Otra
vez había soñado, con que en el campamento donde vivía, fue visitado por un
dios de pelo blanco, que hablaba el lenguaje de los dioses, y que le enseñaba
sus creencias, pero aquello, no sería más que un sueño, no había ocurrido
nunca. Por ello era un tanto escéptico con respecto a los sueños.
Después de hablar y cambiar impresiones con los que habían ido
con él a aquella asamblea de la que sería elegido el jefe de los Tetón, se
dirigieron a dormir, en el tipi que les había sido asignado para ello. Wakanda tardo en dormirse, y cuando lo
hizo, se vio así mismo vestido con sus mejores galas y con el bonete de guerra
que le correspondía por ser el jefe de los Teton, que le llegaba, bajando por
toda su espalda, hasta el suelo y allí, todavía arrastraba un poco. Era
majestuoso, y su rostro, inconscientemente, sonrió de satisfacción.
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