Adornos
sobre el pecho de la charra
Candela, un "charro" en El Rocío
CAPÍTULO XI: La boda
—Poco después de acabar
con «la matanza» de aquel año de
1810, después de Reyes, y pese a que antes no había querido alistarme para
luchar contra los franceses, pues consideraba que mi sitio estaba al frente de
la hacienda, cuando supe que iba a ser sitiada Ciudad Rodrigo, apresté mi
caballo y me presenté en Ciudad Rodrigo. Allí al llevar montura, y tras las
pruebas pertinentes me alistaron en el Regimiento de Lanceros de Castilla.
— ¿Qué pruebas eran esas
que te hicieron pasar, abuelo?
—Pese a que todos me
conocían, y conocían mi destreza con la garrocha y con el caballo, era uno de
los mejores jinetes de la diócesis, tenían orden estricta de hacer pasar las
pruebas de dominio del caballo y destreza con la garrocha, pues si las pasabas
te consideran un buen lancero, y te podías unir a los que mandaba «El Charro».
—Abuelo, —exclamaron a unísono
Diego y Candela, sorprendidos ambos porque el abuelo hubiera conocido a «El Charro», ¿es que le conociste?
—A Julián Sánchez lo
conocía de antes, era mayoral en una vaquería de las proximidades de Muñoz, su
pueblo de nacimiento, de hecho habíamos tratado en las ventas de algunas
cabezas, aunque yo pocas veces, lo hacía más con mi mayoral, Joaquín, el padre
de Antonio, en la feria de Ciudad Rodrigo, pero luego era Julián quien traía
los caballos a la dehesa, y lo conozco más por eso.
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