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viernes, 18 de diciembre de 2015



Candela, un "charro" en El Rocío
CAPÍTULO XII: El estuario del Guadalquivir
—Llegados a este punto de la narración, vamos a cambiar la perspectiva de la historia, puesto que si hasta este momento, nos hemos centrado en la «Tierra de Ciudad Rodrigo», en la dehesa, donde pasó los veranos Candela y en la ciudad, Ciudad Rodrigo, donde comenzó a amar a las gentes de aquella comarca, a su forma de pensar y de vivir, es lógico que hagamos lo mismo, respecto de la tierra donde vivió el resto del año, que por otra parte, fue de mayor tiempo, que tan sólo el verano en tierras charras, —comenzaba a relatar Julián, hijo de Juan, molinero de Almonte, a su vez hijo de Antonio, he hijo a su vez de Juan, el primer molinero de la familia—.
El joven que, tan estoicamente, había estado escuchando, soportando o aguantando la historia de Candela, a veces un tanto dispersa, en su opinión, sobre todo respecto de los toros de lidia, de lo que él sabía mucho más de lo que el anciano le había contado, protestó ligeramente, sin el ánimo de ser mal educado, pero no pudo por menos de reconocer que en ese preciso momento en que iban a entrar en materia, como solía decirse, no sólo iba el anciano Julián a retroceder en el tiempo, sino que además iba a cambiar de lugar, lo cual si no era desconcertante o chocante, si era al menos frustrante para las ansias de saber del oyente.
Ansioso como, cualquier lector que lea una novela, de llegar al meollo de la cuestión, sin sopesar que todos esos adornos, todos esos vaivenes o despistes del autor, tienen un porqué en el conjunto de la historia que lee, protestaba casi más con gestos que con palabras, pues de ninguna de las maneras quería hacer parecer a Julián una persona ineducada, al fin y al cabo, nadie le obligaba a escuchar la historia, y desde luego Julián podía contarla como le viniera en gana, al igual que el autor de la novela que, por otra parte, el lector, siempre, está ávido de llegar al final. Sólo faltaría que fuera Julián quien se ciñera a lo que sus oyentes de él reclamasen, caso de ser más de uno, que no era el caso, o imagínense a los lectores de la novela, que dijeran al autor como quieren que la formalice por escrito, las ideas o visiones del hecho fantástico o no, que tiene en su cabeza. Algo totalmente impensable. Aunque algunos se empeñen en querer hacer lo imposible.

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