Candela, un
"charro" en El Rocío
CAPÍTULO XII: El estuario del Guadalquivir
—Llegados a este punto de la narración, vamos a cambiar la
perspectiva de la historia, puesto que si hasta este momento, nos hemos
centrado en la «Tierra de Ciudad Rodrigo»,
en la dehesa, donde pasó los veranos Candela y en la ciudad, Ciudad Rodrigo,
donde comenzó a amar a las gentes de aquella comarca, a su forma de pensar y de
vivir, es lógico que hagamos lo mismo, respecto de la tierra donde vivió el
resto del año, que por otra parte, fue de mayor tiempo, que tan sólo el verano
en tierras charras, —comenzaba a relatar Julián, hijo de Juan, molinero de
Almonte, a su vez hijo de Antonio, he hijo a su vez de Juan, el primer molinero
de la familia—.
El joven que, tan estoicamente, había estado escuchando,
soportando o aguantando la historia de Candela, a veces un tanto dispersa, en
su opinión, sobre todo respecto de los toros de lidia, de lo que él sabía mucho
más de lo que el anciano le había contado, protestó ligeramente, sin el ánimo
de ser mal educado, pero no pudo por menos de reconocer que en ese preciso
momento en que iban a entrar en materia, como solía decirse, no sólo iba el
anciano Julián a retroceder en el tiempo, sino que además iba a cambiar de
lugar, lo cual si no era desconcertante o chocante, si era al menos frustrante
para las ansias de saber del oyente.
Ansioso como, cualquier lector que lea una novela, de llegar al meollo de la cuestión, sin sopesar que
todos esos adornos, todos esos vaivenes o despistes del autor, tienen un porqué
en el conjunto de la historia que lee, protestaba casi más con gestos que con
palabras, pues de ninguna de las maneras quería hacer parecer a Julián una
persona ineducada, al fin y al cabo, nadie le obligaba a escuchar la historia,
y desde luego Julián podía contarla como le viniera en gana, al igual que el
autor de la novela que, por otra parte, el lector, siempre, está ávido de
llegar al final. Sólo faltaría que fuera Julián quien se ciñera a lo que sus
oyentes de él reclamasen, caso de ser más de uno, que no era el caso, o
imagínense a los lectores de la novela, que dijeran al autor como quieren que
la formalice por escrito, las ideas o visiones del hecho fantástico o no, que
tiene en su cabeza. Algo totalmente impensable. Aunque algunos se empeñen en
querer hacer lo imposible.
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