Lilan Wakan
Libro III de la Leyenda de Jhuno
Capitulo XIII UTES DE LA GRAN CUENCA
Antes atravesaron un río y comenzaron a acometer las primeras
alturas, poco a poco, con calma pero sin pausa. Jhuno sabía que el ritmo en las
subidas era lo más importante. A medida que dejaron la planicie y se adentraron
en las escarpadas subidas, Jhuno dejo «un
poco de lado» el arco largo, sin soltarlo de su mano, pero comenzó a
acariciar, casi sin darse cuenta la espada
negra. Eso implicaba, que el peligro podía acecharle, y desde luego no
olvido nunca el ataque del «Igmu´watogla»
(puma), el único animal que como el mismo, estaba en la cúspide de la pirámide
de la vida y la muerte en la naturaleza, y ambos eran capaces de dar la muerte
al otro.
Después de haber matado aquel animal, en las colinas negras, en
el encuentro con Talutah, había
matado otros dos, en las mismas colinas, de similar tamaño, y con esas muertes,
las águilas cazadas, y los bisontes cobrados, era con mucho, considerado el
mejor y el más valiente de entre todos los guerreros lakotas. Su fama se había extendido por todo el hábitat sioux tetón.
En dos ocasiones se paró de súbito, y con un ademán hizo que la
joven que lo seguía hiciera lo propio. Había olfateado el olor de un «Igmu´watogla», había escuchado el «silencio» que precedía a su ataque, y
había previsto el lugar de su emboscada, por lo que sin dilación había sacado
de su funda a la espada negra capaz
de dar una negra muerte en una sola embestida a cualquier animal que osara
atacarle. Pero, en ambas ocasiones, los animales, presintiendo el peligro de su
ataque, desistieron del mismo.
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