WIYOHPEYATA WAZIYATA
Libro IV de la Leyenda de Jhuno
Capítulo VIII: Santa María de la
Sede
En aquellas semanas que permaneció en Salamanca, en las que no sólo
descansó de su largo viaje, por los caminos de los reinos de Francia, Navarra y
Castilla y León, sino que además pudo aprender a montar a caballo, bueno a
mantenerse encima del caballo, lo cual era bastante, nació en el noruego una
atracción especial hacia la dama a la que junto con Diego Hernández había
salvado la vida de aquellos forajidos.
Leonor de Guzmán era una joven extremadamente bella, de lo que
ni siquiera, en opinión de Harek, ella misma era consciente. No obstante, su
deseo por ella, su amor por la joven, le impedía siquiera insinuárselo,
temeroso de que no le correspondiera. Aunque, a veces, había visto en ella
miradas furtivas, que apartaba rápidamente si era sorprendida, nunca quiso
hacerse ilusiones sobre ello.
Soñaba con ella, en realidad eran más deseos que sueños, deseos
de estar con ella, con los que cada noche, a altas horas de la madrugada se
quedaba dormido plácidamente en los brazos de la amada de sus pensamientos.
Normalmente, le resultaba imposible estar a solas con ella, pues
siempre su fiel servidor Diego Hernández, los acompañaba. Tanto ella como
Diego, le estaban muy agradecidos por haberlos salvado, y desde luego nunca
pensaría Diego que Harek pretendía de alguna manera a su señora Leonor.
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