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jueves, 19 de febrero de 2015



WIYOHPEYATA WAZIYATA
Libro IV de la Leyenda de Jhuno
Capítulo VII: Duelo de dioses
El escudo dejó de rodar, y se paró justo en el mismo lugar donde antes Jhuno había dejado el tocado de guerra lakota que le regalara Wakanda. Todo el mundo pudo verlo, todos lo miraban, menos unos ojos azules claros que sólo veían a quien en pocos minutos más iba a dar muerte.
Jhuno ofreció su cuerpo desguarnecido, ya sin escudo, y Thorir se dispuso a matar, sus ojos denotaban sed de sangre, y se abalanzó sobre el albino, para asestarle un golpe de arriba abajo, con su espada, del que no podría defenderse, y si acaso lo hiciera, al recibir tal fuerza fuera derribado por aquella.
Así sucedió, y así lo vieron miles de personas allí congregadas, en las proximidades, además de la tlatoani de Tenochtitlán, las más altas instancias de aquel incipiente imperio mexica, se encontraban en la plataforma de los sacrificios donde se estaba celebrando el combate. Cuando la espada de Thorir hacía un movimiento descendente hacia la cabeza y cuerpo de Jhuno, éste interpuso «la espada negra» en el recorrido de la de Thorir.
Mientras habían estado combatiendo, ambos adversarios se hablaban entre ellos en «la lengua de los dioses» (idioma materno de ambos), lo que les confería un halo de misterio a los ojos de los que los observaban.
Incluso cuando la espada de Jhuno se interpuso en el recorrido que describía la de Thorir que iba dirigida a la cabeza del albo, y como consecuencia del golpe entre ambas, la de un acero normal en la confección de las espadas vikingas, contra la del acero de Damasco, más negro de lo usual, con la que estaba confeccionada «la espada negra», se quebró, como si de cristal se tratara, la espada de Thorir, aquel que se decía era el dios Tezcatlipoca, y que desde aquel instante, para sí mismo, para sus más allegados, y para todo el mundo, iba a dejar de serlo, a manos del dios Quetzalcóatl, el dios serpiente emplumada.

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