WIYOHPEYATA WAZIYATA
Libro IV de la Leyenda de Jhuno
Capítulo VII: Duelo de dioses
El escudo dejó de rodar, y se paró justo en el mismo lugar donde
antes Jhuno había dejado el tocado de guerra lakota que le regalara Wakanda. Todo el mundo pudo verlo, todos lo
miraban, menos unos ojos azules claros que sólo veían a quien en pocos minutos
más iba a dar muerte.
Jhuno ofreció su cuerpo desguarnecido, ya sin escudo, y Thorir
se dispuso a matar, sus ojos denotaban sed de sangre, y se abalanzó sobre el
albino, para asestarle un golpe de arriba abajo, con su espada, del que no
podría defenderse, y si acaso lo hiciera, al recibir tal fuerza fuera derribado
por aquella.
Así sucedió, y así lo vieron miles de personas allí congregadas,
en las proximidades, además de la tlatoani de Tenochtitlán, las más altas instancias de aquel incipiente
imperio mexica, se encontraban en la plataforma de los sacrificios donde se
estaba celebrando el combate. Cuando la espada de Thorir hacía un movimiento
descendente hacia la cabeza y cuerpo de Jhuno, éste interpuso «la espada negra»
en el recorrido de la de Thorir.
Mientras habían
estado combatiendo, ambos adversarios se hablaban entre ellos en «la lengua de
los dioses» (idioma materno de ambos), lo que les confería un halo de misterio
a los ojos de los que los observaban.
Incluso cuando la espada de Jhuno se interpuso en el recorrido
que describía la de Thorir que iba dirigida a la cabeza del albo, y como
consecuencia del golpe entre ambas, la de un acero normal en la confección de
las espadas vikingas, contra la del acero
de Damasco, más negro de lo usual, con la que estaba confeccionada «la espada negra», se quebró, como si de
cristal se tratara, la espada de Thorir, aquel que se decía era el dios Tezcatlipoca, y que desde aquel
instante, para sí mismo, para sus más allegados, y para todo el mundo, iba a
dejar de serlo, a manos del dios
Quetzalcóatl, el dios serpiente
emplumada.
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