WIYOHPEYATA
WAZIYATA
Libro IV de la Leyenda de Jhuno
Capítulo XII: La barragana
La
bestia se abalanzaba sobre el monarca, con sus grandes colmillos, a toda
velocidad, lo que hizo que el rey, al verlo sintiera el mismo temor que si
hubiera visto al jabalí de Erimanto,
y sólo vio como a toda velocidad, en forma de colmillos, para llevárselo, se le
acercaba la parca.
De pronto Alfonso, no
supo bien reaccionar ante la caída súbita del jabalí herido de muerte, tardo
unos segundos en asimilarlo, sus ojos pendientes de los colmillos del cerdo
salvaje no se habían percatado de que, de entre las encinas de su lado derecho,
alguien había lanzado tres flechas, con tal rapidez y precisión, que todas
ellas se le habían clavado en el costado del atacante, clavándose en su corazón
y dejándolo sin vida en un sólo suspiro.
El temor, de Alfonso,
que todavía no había desaparecido, continuó mientras sus ojos miraban al lugar,
donde se suponía estaba el matador de la bestia. Lentamente, de entre las
encinas, más allá de unos ciento cincuenta metros, en una suave pendiente, se
hacía visible el arquero, que todavía llevaba puesta en su arco una flecha.
Aquello hizo pensar a Alfonso lo peor, pero cuando el arquero viendo que el
animal estaba muerto, guardó la flecha en su mochila y desencordando el arco se
acercaba dónde estaba el monarca.
― ¿Quién eres?, ― le
preguntaba el rey Alfonso al arquero que se acercaba―.
―El que te ha salvado la
vida, ―le respondió en un romance con acento extranjero, algo molesto por la
impertinencia de la pregunta.
―Es cierto y os lo
agradezco, no pretendo ser descortés, sino saber el nombre de la persona que me
salvo la vida. Pareces extranjero, por tu aspecto y tu acento, principalmente.
―Soy Harek, nací en
Noruega, aunque hace mucho tiempo no he pisado mi tierra. Ahora trabajo en la
finca, cuyos terrenos estáis pisando, y no sé si con consentimiento de su
dueño.
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