Los
romeros viendo a su virgen en la mañana del Lunes de Pentecostés
Candela, un
"charro" en El Rocío
CAPÍTULO XIX: El tiempo se acababa
Era domingo,
el día de mayor aglomeración de gente en la aldea, allí estaban todos los
romeros con sus hermandades, situadas convenientemente, en orden a la
antigüedad de las mismas. El ayuntamiento en pleno de Almonte se había
trasladado junto a la ermita, El obispo de Huelva, había comenzado a oficiarla.
El silencio en la explanada anexa al santuario, era casi sepulcral. Además de
las hermandades con sus romeros, con sus simpecados, sus medallas y
estandartes, se encontraban los curiosos, los feriantes, pues entre los
aspectos de la romería del Rocío, también ha existido siempre el de los
negocios, más o menos localizados temporalmente en aquellas fechas, negocios de
todo tipo, entre la compra y venta de caballos hasta la venta de todo tipo de
medallas y símbolos de la Virgen, que los más avispados feriantes, afirmaban
que estaban bendecidas, hasta la venta de trocitos de romero que «siempre dan buena suerte» al decir de la
gitana que las vendía.
Candela había
ido a la misa, como toda persona que vivía en la aldea, en esta ocasión,
acompañada de Diego, el cual era objeto de asombro por sus vestiduras de charro, especialmente por sus
botonaduras. Ella del brazo del hombre al que amaba, lo miraba de vez en
cuando, casi de reojo, temerosa del desenlace de su visita. Ya apenas tenía
dudas, tras lo que le dijera. Ella que desde muy pequeña estaba enamorada de
aquel joven que conoció en una dehesa próxima a Ciudad Rodrigo, al norte, muy
al norte de donde se encontraban ahora.
Cuando la misa
termina, aquel orden que imperaba en la ceremonia, las posiciones de las
hermandades, los ediles, etc., desaparece y todo es un maremágnum de personas
que deambulan sin rumbo fijo, de aquí para allá, donde unos lanzan vivas a la
Virgen, otros entran a rezar en la ermita, algunos van a la capilla votiva, los
menos a admirar la laguna que se encuentra cerca, y los más a visitar a las
hermandades, donde en orden a la hospitalidad son recibidos con un aperitivo a
base de embutidos y manzanilla. Suele
haber en las hermandades, en esos instantes posteriores a la misa, cánticos y
bailes, representados por esas sevillanas rocieras, en muchos casos
musicalmente las tocan con guitarras, pero en algunas, pudo comprobar Diego,
que son tocadas con flauta y tamboril, lo que no pudo por menos de comparar con
los tamborileros de la «tierra de Ciudad
Rodrigo» y demás partes de la recientemente creada provincia de Salamanca,
donde los tamborileros charros, son
maestros en estas lides.
No hay comentarios:
Publicar un comentario