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sábado, 9 de enero de 2016



Candela, un "charro" en El Rocío
CAPÍTULO XVII: La belleza de Candela
Todo aquel invierno, Candela había sorteado como podía, en cada momento, los embates amorosos de Alejandro, al que la chiquilla, se sentía obligada, en grado sumo, por haber gestionado aquél, el empleo de su padre Amador, que desde el día siguiente a que se lo comunico, empezó a trabajar en la hacienda propiedad del padre del muchacho.

Si en los primeros meses, y ya casi llegada la primavera, Candela había supuesto que Alejandro la pretendía para desposarla, ya casi en vísperas del Rocío del año siguiente, tuvo constancia de que aquello no era así, y no iba a ser así, nunca.

En los pueblos y en las aldeas de Andalucía, como en cualquier parte de nuestro país, todas las cosas se saben o se terminan sabiendo, y pese a la distancia, pese a las dificultades del transporte, los comentarios de las personas, de buena o de mala fe, al final llegan a los oídos de la joven. Alejandro Padilla estaba cortejando a una joven, una tal Dolores, hija única de un hacendado de la zona, con ella paseaba, con su «carabina», por supuesto, encarnada en la tía de la joven, de nombre Francisca, que no la dejaba a solas con Alejandro, bajo ningún concepto, como mandaban las costumbres de la época. Toda la comarca lo sabía, y quizás fueran los padres de Candela y esta última, los que se enteraron en último lugar.

Los comentarios, en el interior de la taberna, llegaron a ser jocosos y, en cierto modo, comenzaron a menoscabar la reputación de Candela, sin que ni ella ni sus padres se advirtieran de tal desaguisado.

Mientras tanto, Alejandro, no cejaba en su empeño de poseer a Candela, y ella ante el temor de que dejaran a su padre sin trabajo, hubo de hacer ciertas concesiones, mínimas, pero al fin y al cabo concesiones, dilatadas en el tiempo, las justas para que Alejandro no hiciera que despidieran a su padre, lo suficiente para no «ir más allá», justamente lo necesario para calmar las ansias del joven, y sin darle nunca «la flor de su juventud», que Candela deseaba entregar a su amor, a Diego, aunque comenzaba a pensar que aquello iba a ser imposible.

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