Candela, un
"charro" en El Rocío
CAPÍTULO XVII: La belleza de Candela
Todo aquel
invierno, Candela había sorteado como podía, en cada momento, los embates
amorosos de Alejandro, al que la chiquilla, se sentía obligada, en grado sumo,
por haber gestionado aquél, el empleo de su padre Amador, que desde el día
siguiente a que se lo comunico, empezó a trabajar en la hacienda propiedad del
padre del muchacho.
Si en los
primeros meses, y ya casi llegada la primavera, Candela había supuesto que
Alejandro la pretendía para desposarla, ya casi en vísperas del Rocío del año
siguiente, tuvo constancia de que aquello no era así, y no iba a ser así,
nunca.
En los pueblos
y en las aldeas de Andalucía, como en cualquier parte de nuestro país, todas
las cosas se saben o se terminan sabiendo, y pese a la distancia, pese a las
dificultades del transporte, los comentarios de las personas, de buena o de
mala fe, al final llegan a los oídos de la joven. Alejandro Padilla estaba
cortejando a una joven, una tal Dolores, hija única de un hacendado de la zona,
con ella paseaba, con su «carabina», por supuesto, encarnada en la tía de la
joven, de nombre Francisca, que no la dejaba a solas con Alejandro, bajo ningún
concepto, como mandaban las costumbres de la época. Toda la comarca lo sabía, y
quizás fueran los padres de Candela y esta última, los que se enteraron en
último lugar.
Los
comentarios, en el interior de la taberna, llegaron a ser jocosos y, en cierto
modo, comenzaron a menoscabar la reputación de Candela, sin que ni ella ni sus
padres se advirtieran de tal desaguisado.
Mientras
tanto, Alejandro, no cejaba en su empeño de poseer a Candela, y ella ante el
temor de que dejaran a su padre sin trabajo, hubo de hacer ciertas concesiones,
mínimas, pero al fin y al cabo concesiones, dilatadas en el tiempo, las justas
para que Alejandro no hiciera que despidieran a su padre, lo suficiente para no
«ir más allá», justamente lo
necesario para calmar las ansias del joven, y sin darle nunca «la flor de su
juventud», que Candela deseaba entregar a su amor, a Diego, aunque comenzaba a
pensar que aquello iba a ser imposible.

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