La sombra del shōgun
Libro V de la Leyenda de Jhuno
CAPÍTULO IV: Las espadas
El acceso al
castillo, cuyo material principal era la madera, aunque tenían algunas partes
en donde se habían aprovechado las piedras del promontorio donde se había
edificado, pasaba por un puente, con su principio y final acabado en piedra,
pero en el centro era netamente, de madera. Estaba flanqueado por sendas
barandillas, a fin de evitar las caídas ocasionales al foso que salvaba.
Antes incluso
de poder atravesar aquel puente, la guardia del castillo montaba su servicio a
este lado del mismo, más con fines persuasivos y ornamentales, que otra cosa,
pues los dos samurais, apostados en esta parte del puente, no dieron el alto a
los que llegaban, eso se lo dejaban al cuerpo de guardia que se encontraba bajo
el kōraimon
de entrada al castillo, una gran puerta, a base de gruesas vigas de
madera, con sendos pilares de la misma madera, a ambos lados que sujetaban un
amplio techo que cubría todo. A los laterales de aquella puerta, las vigas de
madera, formaban una muralla infranqueable, que junto con muros de piedra
hubieran desanimado a cualquiera que pretendiera hostigar a los habitantes del
castillo.
— ¿Quiénes
sois y qué queréis?, — dijo uno de los samurais que hacían guardia bajo la
sombra del kōraimon, a la vez que con la mano izquierda les hacía ademanes de
que cesaran en su acercamiento y se pararan.
—Somos cuatro rōnin que deseamos ver a vuestro señor,
pues tenemos que comunicarle algo muy importante, con el fin, de que, si lo
tiene a bien, podamos entrar a su servicio, —contestó Hayato, todo lo
cortésmente que pudo—.
El samurai,
del castillo, que había hablado, junto con los demás, no quitaban ojo a aquel
extranjero que venía con los rōnin, a Jhuno, pero este a su vez, los estudiaba
a fondo, especialmente su armamento. Cayo en la cuenta de que, mientras que los
hombres que estaban apostados al otro lado del puente llevaban espadas
similares a las de Hayato y sus compañeros, los de este lado del puente y que
estaban junto a la puerta llevaban además una especie de lanzas, con una gran
hoja, a modo de espada, al final que acababa en una punta curva. Era la
naginata, nombre que Jhuno desconocía, así como su potencial.

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