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jueves, 5 de mayo de 2016



La sombra del shōgun
Libro V de la Leyenda de Jhuno
CAPÍTULO IV: Las espadas
El acceso al castillo, cuyo material principal era la madera, aunque tenían algunas partes en donde se habían aprovechado las piedras del promontorio donde se había edificado, pasaba por un puente, con su principio y final acabado en piedra, pero en el centro era netamente, de madera. Estaba flanqueado por sendas barandillas, a fin de evitar las caídas ocasionales al foso que salvaba.
Antes incluso de poder atravesar aquel puente, la guardia del castillo montaba su servicio a este lado del mismo, más con fines persuasivos y ornamentales, que otra cosa, pues los dos samurais, apostados en esta parte del puente, no dieron el alto a los que llegaban, eso se lo dejaban al cuerpo de guardia que se encontraba bajo el kōraimon de entrada al castillo, una gran puerta, a base de gruesas vigas de madera, con sendos pilares de la misma madera, a ambos lados que sujetaban un amplio techo que cubría todo. A los laterales de aquella puerta, las vigas de madera, formaban una muralla infranqueable, que junto con muros de piedra hubieran desanimado a cualquiera que pretendiera hostigar a los habitantes del castillo.
— ¿Quiénes sois y qué queréis?, — dijo uno de los samurais que hacían guardia bajo la sombra del kōraimon, a la vez que con la mano izquierda les hacía ademanes de que cesaran en su acercamiento y se pararan.
—Somos cuatro rōnin que deseamos ver a vuestro señor, pues tenemos que comunicarle algo muy importante, con el fin, de que, si lo tiene a bien, podamos entrar a su servicio, —contestó Hayato, todo lo cortésmente que pudo—.
El samurai, del castillo, que había hablado, junto con los demás, no quitaban ojo a aquel extranjero que venía con los rōnin, a Jhuno, pero este a su vez, los estudiaba a fondo, especialmente su armamento. Cayo en la cuenta de que, mientras que los hombres que estaban apostados al otro lado del puente llevaban espadas similares a las de Hayato y sus compañeros, los de este lado del puente y que estaban junto a la puerta llevaban además una especie de lanzas, con una gran hoja, a modo de espada, al final que acababa en una punta curva. Era la naginata, nombre que Jhuno desconocía, así como su potencial.

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