Duelo
de samurais Miyamoto Musashi y Sasaki Kojirō. Estatuas en la isla
de Ganryu.
«Querer sacar la katana, es la técnica del principiante.
Poder sacar la katana, es la técnica del experto.
Ser la katana misma, es la técnica del maestro»
Otake Risuke Minamoto no Takeyuki
La sombra del shōgun
Libro V de la Leyenda de Jhuno
CAPÍTULO VII: Vivir
por la espada
—Hayato,
analiza lo que te voy a decir. En cada golpe de tu adversario, en el combate,
no sólo prevés, donde te va a atacar con su espada, y lo haces sin dejar de
mirarle a los ojos, pero a la vez usando una visión periférica respecto de tu
posición, y no obstante a ser aquel el atacante, y eres capaz de parar su
golpe, y sucesivos, con lo que has desarrollado una velocidad con la espada en
tus manos, que muy pocos poseen, y otros muchos jamás llegarán a poseer.
—Muchas
gracias sensei, pero sin querer ser impertinente, insisto en que eso no me
salvaría la vida, pues llegaría el momento, en que sería incapaz de defenderme
de un décimo o undécimo golpe mortal.
—Tienes toda
la razón Hayato. Te voy a decir que de entre todos los alumnos que hay en la
escuela, y de los que hubo con anterioridad, nunca he visto a nadie manejar la
espada como tú lo haces. Creo que eres un virtuoso de la katana, pero todavía
no eres consciente de ello. Nadie sabe defenderse como tú de bien, tan
eficazmente. Los mejores no han superado nunca los seis o siete ataques
consecutivos. Tú eres más rápido que todos ellos.
Cuando Hayato
iba a insistir, en lo que ya había mencionado a su maestro varias veces, aquel
le interrumpió.
—Todavía
tienes margen de maniobra para poder defenderte eficazmente de un ataque de tu
contrincante. Sin dejar de mirarle a los ojos, sin dejar de usar la visión
periférica, solo te diré que no es una técnica con la espada, las conoces
todas, es una actitud en el combate. Medita todo esto esta tarde noche, espero
que mañana tengas la respuesta, cuando vengas a la escuela.
Aquella tarde,
a las orillas del mar de Seto, en Miyajima, la isla santuario de su nacimiento,
observaba el gran torii del santuario de Itsukushima, como poco a
poco lo iba cubriendo la marea, lentamente al subir, hasta que una gran parte
de sus columnas quedaron sumergidas en las aguas de aquel mar. Las gaviotas
revoloteaban a su alrededor, a veces bajando al agua en busca de algún pescado.
Los miradores estaban llenos de curiosos que gustaban de ver aquel espectáculo,
del gran torii cubriéndose de agua.
Una de
aquellas gaviotas, se acercaba revoloteando a la cabeza de Hayato, donde el
ondear de la cinta que le sujetaba el pelo, era tomada como algo comestible por
el ave. Sentado como estaba, semi de espaldas al acercamiento del ave, cuando ésta
se acercó a cierta distancia, la mano derecha de Hayato hizo un movimiento
rápido que desvió el pico del ave, antes de que ésta pudiera haber causado
algún daño en la cabeza del pensativo aprendiz de samurai.
Aquella tarde
no dio con la respuesta que le había dicho su maestro que buscara, ni en gran
parte de la noche. Ya casi de madrugada, había recreado en sus sueños, lo
acontecido aquel día, tal era su preocupación por el tema.
Y de pronto,
se despertó de un sobresalto, abrió los ojos, y sonrió.
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