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jueves, 2 de junio de 2016



Daishō de Hayato
La sombra del shōgun
Libro V de la Leyenda de Jhuno
CAPÍTULO VIII: El daishō de Hayato
Cuatro hombres, según sus vestimentas, rōnin, aunque bien vestidos, pues ninguno de ellos llevaba el kamon de su señor en sus vestimentas, amenazaban a un hombre en edad madura, que portaba a sus espaldas un envoltorio de tela, que a Hayato se le antojó que cubrían, al menos una espada.
Rápidamente, se posicionó junto al atemorizado hombre, sin desenfundar su katana. Esto hizo que los cuatro atacantes se echaran a reír. ¿Cómo era posible que un sólo rōnin se enfrentara a cuatro? Nadie, sería capaz de tal hazaña, pensaban los cuatro. Nadie excepto el «Gran Hayato», del que habían oído hablar, pero que nunca habían visto. Además, ellos eran cuatro, quizás ni ese famoso samurai pudiera lograrlo.
—Estás, claramente en desventaja, tú eres uno y nosotros cuatro, deja que el viejo, —se refería al que estaban amenazando en el momento en que Hayato les sorprendió— nos entregue el daishō que lleva a sus espaldas. Te prometo que os dejaremos marchar a los dos.
Hayato comprendió que aquello era una emboscada, una trampa premeditada contra aquel hombre, pues no había forma de adivinar siquiera, que allí había más de una espada, y mucho menos un daishō. Los cuatro rōnin actuaban por cuenta de alguien, aquello era un crimen y no tenían intención de dejarlos con vida.
— ¿Qué lleváis ahí, anciano?, — le dijo Hayato al asaltado—.
—Ciertamente llevo un daishō, aunque ignoro como lo saben ellos. Es un encargo del shikken, señor Hōjō Takatoki, que me hizo hace ya mucho tiempo.
—Entiendo, —Hayato se dio cuenta de que estos cuatro rōnin eran, en realidad samurais, disfrazados de rōnin, al servicio del shikken Hōjō Takatoki, pues de otra forma no podían saber lo que llevaba a sus espaldas el anciano. Estaba claro que querían conseguir el daishō y matar al fabricante.
—Queréis el daishō, pero además queréis matarle. ¿Qué otra situación era posible si vuestro señor podía haber pagado lo que encargó? No creo que sea por problemas de dinero.
El que parecía que llevaba la voz cantante, de aquellos cuatro, se dirigió a Hayato, un tanto enfurecido.
—Va a morir él, lo has adivinado, pero también vas a morir tú, como comprenderás, no podemos dejar testigos, —acto seguido se echó a reír a carcajada limpia, a lo que le siguieron los otros tres—.
—Me llamo Hayato, los que moriréis sois vosotros, —dijo con toda la solemnidad de que fue capaz—.
Ellos se sorprendieron; un ligero escalofrió se apodero de sus espaldas, una negra nube cubrió sus almas, una sonrisa paralizada quebró su rostro, era la cara del miedo, el miedo que comenzaron a sentir al oír el nombre del ahora su contrincante.

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