La sombra del shōgun
Libro V de la Leyenda de Jhuno
CAPÍTULO XII: La ceremonia del té
Chashitsu
Durante las semanas que habían
permanecido en Kamakura, la capital del imperio en aquella época, habían
permanecido hospedados en una especie de fonda, donde la parte principal era el
lugar donde se comía y cenaba, pues aquel era el principal negocio. Las habitaciones,
estaban en la parte alta del edificio, desde donde se podía oír el bullicio del
restaurante, especialmente tras las cenas, lo que imposibilitaba en gran medida
el conciliar el sueño. Ello no era óbice para que algunas de las noches Hayato
y sus dos compañeros samurais y Jhuno, se acostaran temprano, especialmente en
las últimas noches de su estancia en la capital, más que nada, por falta de
dinero. Habría que esperar a la audiencia con el shōgun, donde intentarían paliar, en la medida de lo posible, esa
carencia de efectivo que, cada día, les hacía más difícil la vida en la
capital.
Hasta entonces habían
subsistido con los premios ganados por Hayato en los diferentes combates
mantenidos por aquél, en los concursos de ese tipo, en los que había participado,
cuyas cuantías no eran nada despreciables. Ello les había posibilitado unos ropajes
acordes con su condición de samurais con señor, al que habían añadido el kamon del mismo. Todo el mundo que los
veía, los apreciaba, por el solo hecho de ir vestidos adecuadamente a su
condición, pero a la vez miraban al ser extraño que los acompañaba, a Jhuno,
que en aquellas tierras y en aquella época, les resultaba muy difícil de
catalogar.
Durante aquellas semanas, de
interminables días ociosos para los samurais y para Jhuno, Hayato le había
contado todo aquello que en su primera visita a Kamakura le había acontecido, y
su incorporación al castillo, al servicio del señor de la isla del norte,
concretamente hasta su llegada al mismo. Las explicaciones que, le había dado a
Jhuno, sobre el uso del yumi, la utilización de las distintas clases de
banderas, y sobre todo las distintas formaciones que adoptaban las fuerzas
expedicionarias en aquella isla remota, le habían seducido al albino.
—No obstante, —continuaba relatando
Hayato —, en mi fuero interno, sabía que tenía un serio problema. Por mi
educación en las distintas armas, era un samurai atípico, ya que, siendo un
maestro con la katana, no dejaba de ser un aprendiz, en distintas artes de la
lucha y por supuesto de la guerra.
—Entiendo lo que quieres decir,
tú fuiste educado para usar magistralmente la espada, como yo aprendí desde
pequeño el uso del arco, —le comentaba Jhuno—.
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