La sombra del shōgun
Libro V de la Leyenda de Jhuno
CAPÍTULO XIV: Navegando en el junco
Después de tanto tiempo, por
fin llego la misiva del palacio del shōgun.
Debían de presentarse ante él, en la mañana del tercer día de haber recibido la
misma. La misiva era muy simple pero muy concreta. Se les citaba a media
mañana, junto con el extranjero, ante el shōgun,
para explicar todo lo referente a aquél.
Cuando se dirigieron al
palacio, al que como era lógico llevaban sus mejores galas, los tres samurais,
con el kamon de su señor, como era
preceptivo, mientras que Jhuno, llevaba sus ropas de siempre, la de un cazador,
las típicas de un lakota sioux, en cuanto a piel de bisonte, pero con la
confección de un vikingo de la época, aunque estuviese a muchísima distancia de
su tierra.
Todos llevaban sus armas, los
dos compañeros de Hayato, portaban sendas katanas, pues no poseían un daishō, mientras que Hayato, portaba el daishō Masamune, «las espadas de la vida» que días atrás le hubiera regalado el famoso
forjador de espadas y, por último, Jhuno, que llevaba, como era su costumbre, «la espada negra», su escudo a la
espalda, su arco largo, sin montar, y sus correspondientes flechas en la funda,
también a su espalda.
Cuando transitaban por las
calles de Kamakura, camino del palacio, Jhuno despertaba curiosidad entre las
gentes que los veían, algo a medio camino entre el temor y la insatisfacción de
desconocer el origen de aquel extranjero que parecía un kami o un demonio.
Jhuno, iba tranquilo, aunque miraba a las gentes, de entre las cuales algunas
personas lo señalaban con el dedo, ni en esta ocasión ni en ninguna antes ni
después, era consciente de la expectación que su físico despertaba entre los
pueblos y tierras que conoció. La mano, su mano izquierda, no llego a tocar en
ningún momento la empuñadura de «la
espada negra», eso quería decir, que no había peligro alguno o al menos,
Jhuno no lo presentía.
En la puerta del palacio, donde
fueron recibidos por un oficial, que estaba al tanto de la visita, fueron
acompañados al interior, donde en una sala determinada se les comunicó que
esperan a ser recibidos. Allí permanecieron, durante el espacio de casi una
hora, siempre escoltados por dos samurais del palacio. Al poco tiempo de estar
allí, llego una persona desconocida, supusieron que un alto administrador del
palacio del shōgun, que se sentó en
la estancia, a una distancia que podía oír las conversaciones que mantenían los
recién llegados.
Hayato supuso que debía de ser
un mayordomo de palacio, encargado de hacerles pasar en el momento oportuno,
puesto que los samurais que los escoltaban, ni siquiera lo saludaron.
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