Escudo imperial chino
LA TIERRA DONDE HAS DE MORIR
Libro VI de
la Leyenda de Jhuno
Capítulo V: La capital de verano del imperio
Desde el
mismo instante en que Jhuno arribó en el continente por el liman del Amur, fue
observado por los soldados imperiales que guardaban la frontera en aquella
parte de imperio. A su vez, Jhuno había descubierto a aquellos que lo
observaban. Un cazador como era el albino siempre tenía puestos los cinco
sentidos en todo aquello que lo rodeaba, en aquello que pudiera suponerle algún
peligro, pero es que, además, no sabía todavía muy bien porque, en cada momento
de riesgo su mano izquierda se iba instintivamente a la empuñadura de «la espada negra», como si de un radar
específico se tratara, quizás un sexto sentido, o, por el contrario, como llego
a pensar más de una vez, algo intrínseco al metal de la espada o a la espada
misma.
Durante toda
su navegación fue seguido por hombres a caballo, ese tipo de caballos que le
hacían recordar los que montaban «los
jinetes de la muerte» de su repetido sueño. Eso, por un lado, le hacía ser
más precavido, pero siendo consciente de que no era dueño de su destino, en
cierto modo, le hacía avanzar sin miedo alguno a la muerte que. por otro lado,
sabía se iba a producir en esta nueva tierra por la que ahora transitaba, nunca
de que su sueño se hiciera realidad. Muerte que además buscaba y deseaba para
unirse de nuevo y para siempre con su amada Talutah, cuyo espíritu se le había
manifestado en forma de tigre blanco.
Desde el
primer avistamiento de aquel guerrero de aspecto extraño, prácticamente cuando
dejaba las aguas marítimas del estrecho de Tartaria, para introducirse en las
aguas dulces del río del Dragón Negro, fue comunicado al que por su cargo tenía
orden del emperador de guardar aquellas tierras, el ordenado rey (entiéndase como duque en el argot
de la nobleza europea) de las mismas, por el emperador de la dinastía Yuan que
en aquellos tiempos imperaba en China, una dinastía impuesta por la invasión
mongola tiempo atrás.
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