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viernes, 29 de diciembre de 2017

El desierto de Taklamakán
LA TIERRA DONDE HAS DE MORIR
Libro VI de la Leyenda de Jhuno
Capítulo XV: El mar de la muerte
Jhuno había cumplido todas y cada uno de los rituales de la hospitalidad, entre los mongoles, primero había dicho que sujetaran al perro, desde fuera de la tienda, con frases cortas, mal pronunciadas en el idioma que poco a poco iba aprendiendo. Tras haber escondido todas sus armas, pues sabía que no estaba permitido entrar en el interior de la yurta, armado, pero tampoco quería que, sus posibles perseguidores, lo descubrieran entró en su interior, por su parte izquierda, donde fue agasajado como era costumbre entre los mongoles.
Estaba lejos de la Ruta de la Seda, estaba en el mar de hierba de las llanuras mongolas, mucho más al norte de aquella ruta que, de un modo u otro, no sólo deseaba tomar, sino que era necesario hacerlo para poder llegar a su destino, mucho más al oeste de donde se encontraba.
La decisión la tomó nada más terminar el combate con Li-Shun. No podía regresar a la ciudad, si lo hiciera de seguro que sería hecho prisionero y ejecutado. No es que le asustara morir, al contrario, lo deseaba, pero tras las palabras de Talutah, no debía de hacerlo en aquel lugar, sino mucho más al oeste, tras ver a los jinetes de la muerte, de otro modo no podría reunirse con su amada para toda la eternidad, eso le había dicho ella, pero no lo comprendía muy bien, por muchas vueltas que le había dado al asunto.
Ahora tomando el té que le habían ofrecido, con leche grasienta además de unos trozos de «buuz», en el interior de aquel yurta, pensaba el albino que quizás, no fueran tan diferentes las formas de vida de los mongoles en sus llanuras como la de los sioux donde vivió tantos años en las suyas, la única diferencia la clase de animales para cazar.
Los mongoles, como los sioux, también cazaban animales para complementar su dieta con conejos, ciervos, jabalíes y roedores salvajes tales como ardillas y marmotas. Durante el invierno los mongoles pescaban en los espejos de agua congelados. Muy raras veces los mongoles mataban animales durante el verano, pero si un animal moría de causas naturales entonces preservaban su carne. Para ello cortaban la carne en lonjas y las dejaban expuestas al sol y al viento para que se secaran. Durante el invierno el único animal doméstico que se faenaba eran las ovejas, aunque durante ceremonias a veces se mataban caballos.
La etiqueta a la hora de la comida sólo existía durante festejos y ceremonias. La comida por lo general carne era trozada en pedazos pequeños. A los invitados se les ofrecía la carne enhebrada en palillos y el dueño de casa determinaba el orden en que se servían los huéspedes. Dependiendo de la clase social a las personas se les asignaban distintas partes del animal y era responsabilidad de aquel que servía o el «ba’urchis» saber cuál era la clase social de cada comensal. La comida era tomada con los dedos y la grasa escurría hasta el suelo o sobre los ropajes.

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