El ejercito mongol en marcha
LA TIERRA DONDE HAS DE
MORIR
Libro VI de la Leyenda de
Jhuno
Capítulo XXI: Los
jinetes de la muerte
Un atardecer, Jhuno, pudo observar que
el cielo se tenía de rojo, en un principio se acordó de aquellas palabras de su
amada que le había advertido que su muerte ocurriría cuando el cielo se tiñera
de rojo, «el momento de tu muerte, será cuando el cielo esté rojo»,
fueron las palabras exactas. Sin embargo, pese a que la coloración rojiza del
cielo era del todo inusual, Jhuno sabía que había muchos atardeceres, en los
que la luz del sol al perderse por occidente hacía que el cielo se tiñera de
ese color. Jhuno miraba fijamente el cielo, con los últimos rayos del sol,
instantes antes de desaparecer, seguía del mismo color. No estaba seguro si ese
color en el cielo era el aviso de Lilan Wakan, estuvo dudando. El sitio donde
debía esperar era donde estaba, el cielo estaba rojo, así que el albino,
enfermo, cansado deseoso de morir, quiso dar por buena esas dos coincidencias
¡pronto se reuniría con su amada!
Pero el sol se ocultó del todo, la
claridad daba paso a la oscuridad de la noche, pero el cielo seguía rojo,
especialmente tras una loma. Allí, el color rojo era más intenso. Jhuno pensaba
que no era posible, que siendo de noche, el cielo estuviera rojo y aquello no
era una aurora boreal, como las que había visto en el norte. ¡Por fin el cielo
estaba rojo! Era inequívoco, estaba a punto de alcanzar su destino. Ahora,
solamente faltaba una última cosa, ver a los
jinetes de la muerte.
Jhuno no supo discernir el motivo por
el cual el cielo estaba rojo, pensaba que era un designio de algún dios
caprichoso, pero en realidad eran las grandes hogueras del ejercito mongol de
la Horda de Oro, que estaban acampados tras aquella loma. Jhuno nunca había
visto un ejército tan numeroso, por lo tanto, no podía imaginar que las fogatas
de un campamento de miles de guerreros mongoles pudieran teñir el cielo de
rojo, aunque en realidad no fuera más que el resplandor de las llamas en la
oscuridad de la noche.
En las primeras horas de luz de la
mañana siguiente, Jhuno pudo observar, lo que era la avanzadilla de aquel
poderoso ejército, unos cientos de jinetes que iban abriendo paso al grueso de
las fuerzas ¡los jinetes de la muerte!
Eso fue lo que le vino a Jhuno a la cabeza nada más verlos. Era muy sencillo
saber por qué. Estaba en el sitio donde Talutah le había dicho, la noche
anterior el cielo se había teñido de rojo, aquellos no eran otros que los jinetes de la muerte, Jhuno lo tenía
claro. Sus días llegaban a su fin.
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