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jueves, 15 de febrero de 2018


Santo Lenho de Vera Cruz de Marmelar
LA TIERRA DONDE HAS DE MORIR
Libro VI de la Leyenda de Jhuno
Capítulo XXII: Las huellas del Salado
Después de la batalla, todo era un caos, o al menos eso le pareció a Harek. Muchos de los vencedores se habían desentendido de todo menos del pillaje del botín de los campamentos benimerín y nazarí. Cada combatiente vencedor se quería llevar lo mejor que pudiera encontrar y cargar, incluso algunos procedieron a alejarse del lugar con sus tesoros que, a veces no eran más que espadas, o armaduras de los vencidos, otros, sin embargo, se ocuparon del oro y joyas diversas que encontraron en las tiendas de los reyes moros. Mujeres e hijos de aquellos fueron muertos. Si hubo violaciones. El ejército cristiano, pese a ser eso, cristiano, en su mayoría, en aquellos momentos no se acordaban de su Dios, aquel al que horas antes del combate rezaban para que les diera la victoria. La guerra era así de cruel.

Harek no se sumó a ese pillaje, permaneció deambulando por el campo de batalla, ya a pie, relajándose de su dolor de brazos que, poco a poco iba recuperando. No había participado en la batalla como arquero, aquello y su edad, sumado a su inexperiencia en combate con la espada le estaban pasando factura. En aquel mismo instante, se juró para sus adentros una cosa: «No volvería a participar en batalla alguna, sino lo hacía como arquero del rey».

Cuando se sosegó, dio en pensar que la promesa hecha a su amada, por la que se había desplazado hasta Sevilla, le impedía volver, tenía que poner tierra por medio, no podía dejar verse por el rey de Castilla. Pero ¿A dónde ir? Harek estaba sumido en sus pensamientos cuando los prisioneros nazaríes eran conducidos hacia el sur. Los encargados de enterrar a los cadáveres de los combatientes del ejército castellano comenzaron a aparecer en el campo de batalla, él ya, no hacía nada allí. La compañía concejil con la que había venido estaba deshecha, algunos de sus miembros muertos en combate, el rey de Portugal hacía llamamientos para congregar a sus súbditos torno a él. El ejército se estaba recomponiendo. Si se tenía que ir, aquel era el momento, pensó.

Lentamente, subió a su caballo y poco a poco emprendió viaje, hacia el norte, sin prisas, ya decidiría más tarde si volver a Ciudad Rodrigo o no. Harek no era consciente de que había participado en una de las batallas más importantes que la cristiandad tuvo con los muslimes, una batalla de resultado incierto, en un principio, pero que, ganada por los castellanos, tuvo importantes consecuencias

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