Santo Lenho de Vera Cruz de Marmelar
LA TIERRA DONDE HAS DE
MORIR
Libro VI de la Leyenda de
Jhuno
Capítulo XXII: Las
huellas del Salado
Después de la batalla,
todo era un caos, o al menos eso le pareció a Harek. Muchos de los vencedores
se habían desentendido de todo menos del pillaje del botín de los campamentos
benimerín y nazarí. Cada combatiente vencedor se quería llevar lo mejor que pudiera
encontrar y cargar, incluso algunos procedieron a alejarse del lugar con sus
tesoros que, a veces no eran más que espadas, o armaduras de los vencidos,
otros, sin embargo, se ocuparon del oro y joyas diversas que encontraron en las
tiendas de los reyes moros. Mujeres e hijos de aquellos fueron muertos. Si hubo
violaciones. El ejército cristiano, pese a ser eso, cristiano, en su mayoría,
en aquellos momentos no se acordaban de su Dios, aquel al que horas antes del
combate rezaban para que les diera la victoria. La guerra era así de cruel.
Harek no se sumó a ese
pillaje, permaneció deambulando por el campo de batalla, ya a pie, relajándose
de su dolor de brazos que, poco a poco iba recuperando. No había participado en
la batalla como arquero, aquello y su edad, sumado a su inexperiencia en
combate con la espada le estaban pasando factura. En aquel mismo instante, se
juró para sus adentros una cosa: «No volvería a participar en batalla alguna,
sino lo hacía como arquero del rey».
Cuando se sosegó, dio en
pensar que la promesa hecha a su amada, por la que se había desplazado hasta
Sevilla, le impedía volver, tenía que poner tierra por medio, no podía dejar
verse por el rey de Castilla. Pero ¿A dónde ir? Harek estaba sumido en sus
pensamientos cuando los prisioneros nazaríes eran conducidos hacia el sur. Los
encargados de enterrar a los cadáveres de los combatientes del ejército
castellano comenzaron a aparecer en el campo de batalla, él ya, no hacía nada
allí. La compañía concejil con la que había venido estaba deshecha, algunos de
sus miembros muertos en combate, el rey de Portugal hacía llamamientos para
congregar a sus súbditos torno a él. El ejército se estaba recomponiendo. Si se
tenía que ir, aquel era el momento, pensó.
Lentamente, subió a su
caballo y poco a poco emprendió viaje, hacia el norte, sin prisas, ya decidiría
más tarde si volver a Ciudad Rodrigo o no. Harek
no era consciente de que había participado en una de las batallas más
importantes que la cristiandad tuvo con los muslimes,
una batalla de resultado incierto, en un principio, pero que, ganada por los
castellanos, tuvo importantes consecuencias
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