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lunes, 13 de mayo de 2019


La batalla de Caen (1346)
El cuarto jinete
Libro VII de La Leyenda de Jhuno
CAPITULO IV: La batalla de Caen
El ejército inglés, mandado por su rey, había realizado hasta llegar a Caen, lo mismo que las tropas del conde de Northampton en Bretaña, incursiones, cabalgadas, saqueos, etc., pero al llevar más efectivos, a mayor escala. Habían atacado la campiña desprotegida en sitios donde las tropas francesas eran débiles o estaban ausentes, y se adueñaban de ella. Mataron salvaje y cruelmente de manera indiscriminada a hombres y mujeres, adultos y niños, religiosos y seglares, violaban a las mujeres y niñas, incendiaban, saqueaban y robaban las posesiones de los campesinos. Al ser éstos, partes de una sociedad de tipo feudal, se sobreentendía que era responsabilidad y obligación de Felipe de Francia protegerlos contra estos salvajes ejércitos extranjeros. De este modo, además de hacerse con tierras, suministros y prisioneros, Eduardo socavaba la autoridad de Felipe ante los ojos de su pueblo campesino.
Su marcha hacia París por el río Sena y después hacia Picardía por el Somme apenas se vio impedida por el sitio de Caen, el veintiséis de julio de aquel año, por los combates en Poissy, el dieciséis del mes siguiente y Blanchetaque, solamente ocho días después.
El rey inglés, tenía desde el primer momento, un objetivo claro: Caen, el centro político, financiero, cultural y religioso del oeste de Normandía. Además, esperaba que con su captura y destrucción recuperara la inversión que había tenido que hacer con vistas a esta invasión y, de paso, castigar moralmente a su enemigo.
Caen era una ciudad antigua en la orilla norte del río Ome y dividida en dos por el río Odón. La parte vieja estaba amurallada y custodiada por un castillo casi inexpugnable, sin embargo, era vulnerable una vez destruida la muralla. La parte nueva de la ciudad era un barrio rico que acogía a mercaderes y terratenientes y que se disponía en la isla formada entre los ríos. Esta zona de Caen era la más fácilmente defendible, ya que se encontraba, casi en su totalidad, rodeada de agua y a ella se accedía mediante tres puentes fortificados. No obstante, en verano el caudal de los ríos descendía notablemente y era posible cruzarlos a nado, aunque el riesgo de irse con la corriente era considerable. Además, la ciudad contaba con dos abadías fortificadas, una a cada lado del perímetro de la muralla y que podían servir como bastiones si era atacada.

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