Representación medieval
del asedio a la ciudad de Caffa
El cuarto jinete
Libro VII de La Leyenda de Jhuno
CAPÍTULO XIV:
Caffa
Aquel año de 1346
el Khanato de Kipchak o como se
le conoce occidentalmente La Horda de Oro, había decidido, más bien su khan,
oídos los consejos de sus visires o ministros que la ciudad de Caffa, en aquellos tiempos, en manos de los
genoveses, no podía seguir monopolizando los intercambios comerciales en la
zona, la costa de la península de Crimea, especialmente en lo referido al
comercio de esclavos, lo cual molestaba sobremanera al Khan Jani Beb, llamado
también Djanibek Khan.
Había matado a sus
dos hermanos, previamente a su coronación en Saray-Jük, y además de presionar
política y militarmente a los príncipes rusos de Moscú y Lituania, había
comandado una extraordinaria fuerza en Crimea contra la ciudad de Caffa en 1343, pero en aquella ocasión, el
asedio se levantó. La razón era bien sencilla, una fuerza italiana, compuesta
principalmente por genoveses había acudido en ayuda de aquella ciudad. Los
genoveses habían obligado al ejército mongol a retirarse y, aquello, encolerizó
sobre manera al Khan Jani Beb; además de esto, la persistencia en el monopolio
comercial de la ciudad de Caffa, especialmente con los esclavos, animaron a
intentarlo tres años después.
Se enviaron
correos a todas las partes de su khanato, necesitaba una gran cantidad de
fuerzas, para no volver a ser obligado a retirarse de nuevo, ante una posible
ayuda genovesa a la ciudad. Esta vez estaba decidido a conquistarla. Guerreros
de todas las partes del khanato se pusieron en marcha, desde las partes más
recónditas del mismo, en el este, a los primeros que se había enviado los
correos, por estar más lejanos.
El gran campamento
que fue constituido por aquel ejercito mongol venido del este, alimentado por
partidas venidas de otros lugares, de más al norte, de más al sur,
complementadas con unidades que se iban encontrando por las rutas que llevaban
a encontrarse con el ejército del Khan, eran una gran cantidad de tiendas, con
sus correspondientes hogueras, cuya luminosidad hacía que, en la noche,
pareciera que le cielo estaba teñido de rojo.
Cuando una partida
de guerreros mongoles, descubrieron a un extraño, se dieron cuenta enseguida de
que estaba enfermo. Jhuno ni siquiera opuso resistencia, pese a saber que podía
haber acabado con la vida, sino de todos, al menos, de muchos de ellos, con
sólo empuñar la «espada negra». Pero
no quiso, sabía que era la tierra donde había de morir, había llegado a su
destino, no venía al caso posponer lo inevitable. Además, no se encontraba con
fuerzas, la enfermedad que llevaba consigo había estado minando su cuerpo poco
a poco, a lo largo de las largas jornadas por las que había transitado por
aquellas tierras desde que abandonara Samarcanda. Jhuno sabía que moriría allí,
pero la causa de su muerte la adquirió en las mazmorras de aquella ciudad,
encrucijada de caminos en el Asia central.
Avisado por uno de
los guerreros, el noyan del tumen al que pertenecían, Köke-dai,
se aproximó al lugar y nada más llegar, pregunto qué es lo que pasaba.
—No lo sabemos, noyan, es un ser extraño, no habla
nuestra lengua, pero parece que está enfermo. Nos ha hablado, pero no le
entendemos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario