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lunes, 13 de mayo de 2019


Representación medieval del asedio a la ciudad de Caffa
El cuarto jinete
Libro VII de La Leyenda de Jhuno
CAPÍTULO XIV: Caffa
Aquel año de 1346 el Khanato de Kipchak o como se le conoce occidentalmente La Horda de Oro, había decidido, más bien su khan, oídos los consejos de sus visires o ministros que la ciudad de Caffa, en aquellos tiempos, en manos de los genoveses, no podía seguir monopolizando los intercambios comerciales en la zona, la costa de la península de Crimea, especialmente en lo referido al comercio de esclavos, lo cual molestaba sobremanera al Khan Jani Beb, llamado también Djanibek Khan.
Había matado a sus dos hermanos, previamente a su coronación en Saray-Jük, y además de presionar política y militarmente a los príncipes rusos de Moscú y Lituania, había comandado una extraordinaria fuerza en Crimea contra la ciudad de Caffa en 1343, pero en aquella ocasión, el asedio se levantó. La razón era bien sencilla, una fuerza italiana, compuesta principalmente por genoveses había acudido en ayuda de aquella ciudad. Los genoveses habían obligado al ejército mongol a retirarse y, aquello, encolerizó sobre manera al Khan Jani Beb; además de esto, la persistencia en el monopolio comercial de la ciudad de Caffa, especialmente con los esclavos, animaron a intentarlo tres años después.
Se enviaron correos a todas las partes de su khanato, necesitaba una gran cantidad de fuerzas, para no volver a ser obligado a retirarse de nuevo, ante una posible ayuda genovesa a la ciudad. Esta vez estaba decidido a conquistarla. Guerreros de todas las partes del khanato se pusieron en marcha, desde las partes más recónditas del mismo, en el este, a los primeros que se había enviado los correos, por estar más lejanos.
El gran campamento que fue constituido por aquel ejercito mongol venido del este, alimentado por partidas venidas de otros lugares, de más al norte, de más al sur, complementadas con unidades que se iban encontrando por las rutas que llevaban a encontrarse con el ejército del Khan, eran una gran cantidad de tiendas, con sus correspondientes hogueras, cuya luminosidad hacía que, en la noche, pareciera que le cielo estaba teñido de rojo.
Cuando una partida de guerreros mongoles, descubrieron a un extraño, se dieron cuenta enseguida de que estaba enfermo. Jhuno ni siquiera opuso resistencia, pese a saber que podía haber acabado con la vida, sino de todos, al menos, de muchos de ellos, con sólo empuñar la «espada negra». Pero no quiso, sabía que era la tierra donde había de morir, había llegado a su destino, no venía al caso posponer lo inevitable. Además, no se encontraba con fuerzas, la enfermedad que llevaba consigo había estado minando su cuerpo poco a poco, a lo largo de las largas jornadas por las que había transitado por aquellas tierras desde que abandonara Samarcanda. Jhuno sabía que moriría allí, pero la causa de su muerte la adquirió en las mazmorras de aquella ciudad, encrucijada de caminos en el Asia central.
Avisado por uno de los guerreros, el noyan del tumen al que pertenecían, Köke-dai, se aproximó al lugar y nada más llegar, pregunto qué es lo que pasaba.
—No lo sabemos, noyan, es un ser extraño, no habla nuestra lengua, pero parece que está enfermo. Nos ha hablado, pero no le entendemos.

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