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lunes, 13 de mayo de 2019



Murallas de Constantinopla
El cuarto jinete
Libro VII de La Leyenda de Jhuno
CAPÍTULO XV: Constantinopla
Cuando el lanzamiento de cadáveres de guerreros mongoles comenzó a caer sobre los habitantes de Caffa, los genoveses que se encontraban en la misma, lo primero que hicieron fue intentar desprenderse de los cuerpos lanzados sobre ellos, lanzándolos al mar. Aquello supuso que toda la población de la ciudad se pusiera manos a la obra, dejando a los soldados que hicieran su cometido, pues no podían dejar las almenas de las murallas desguarnecidas. Los soldados seguirían vigilando las murallas, el resto de la población, ancianos y mujeres principalmente tendrían que hacer aquella labor. Pese a sus esfuerzos, a principios de 1347, la población de la ciudad estaba contagiada y comenzaron a sufrirse las bajas entre los sitiados.
No se sabe a ciencia cierta, si fue por voluntad propia, debido a la gran mortalidad que se daba entre las filas mongolas, por el bloqueo de los puertos por naves italianas, o por ambas circunstancias, pero el caso es que el ejército mongol levantó el sitio y dejó aquellas tierras.
Los asediados no estaban en mejor situación, pero a los supervivientes, al levantarse el sitio, les faltó tiempo para coger sus barcos y huir de la ciudad, llevándose con ellos un indeseado acompañante: la peste.
Los huidos de Caffa, recalaron primeramente en Constantinopla, en la salida del mar Negro, contagiando la capital del Imperio Bizantino. Al poco tiempo llegaron a Sicilia -que no se salvó de la infección- y finalmente a Génova, contagiando con la peste bubónica también la metrópoli. La peste, coincidiendo con el calor de la primavera, empezó a extenderse como una mancha de aceite por una Europa que, no estaba habituada a esta enfermedad. Los supervivientes se reducían a un veinte por ciento de los afectados, lo que comportó la muerte de la escalofriante cifra de veinticinco millones de personas y reducir en menos de cuatro años, la población europea a la mitad.
Palmiro no veía el día de abandonar la ciudad, llevarse a toda su familia, su mujer, sus dos hijos y su suegra. Sabía que si se quedaban entre las murallas de Caffa morirían, como estaban muriendo uno a uno todos los habitantes, desde que los mongoles lanzaron sobre ellos aquella gran cantidad de cadáveres de sus guerreros.
Sospechaba Palmiro, se lo había comentado a su esposa, de que la causa de la muerte de tantos habitantes de la ciudad, la tenían los cadáveres de los mongoles y, no le faltaba razón, aunque se le escapase como se contagiaba aquella enfermedad que los estaba matando. La única solución que veía plausible era abandonar la ciudad y volver a Génova, o a cualquier punto de Italia en su nave, cuando los mongoles se hubieran marchado.
Palmiro era navegante, hace más de un año, quiso llevar a su familia a aquella ciudad de Caffa, en su viaje desde Génova, a la vez que llevaba mercancías por las que le pagarían muy bien. Su idea era llegar a Constantinopla, en el cuerno de oro, e incluso, navegar por el mar Negro, por su parte sur para llegar hasta Trebisonda y Lovati. Tenía la idea de llegar lejos, y poder conseguir algún cargamento en aquel lejano mar que, pudiera reportarle grandes beneficios antes de regresar a Génova.

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