Murallas de Constantinopla
El cuarto jinete
Libro VII de La Leyenda de Jhuno
CAPÍTULO XV:
Constantinopla
Cuando el
lanzamiento de cadáveres de guerreros mongoles comenzó a caer sobre los
habitantes de Caffa, los genoveses que se encontraban en la misma, lo primero
que hicieron fue intentar desprenderse de los cuerpos lanzados sobre ellos,
lanzándolos al mar. Aquello supuso que toda la población de la ciudad se
pusiera manos a la obra, dejando a los soldados que hicieran su cometido, pues
no podían dejar las almenas de las murallas desguarnecidas. Los soldados
seguirían vigilando las murallas, el resto de la población, ancianos y mujeres
principalmente tendrían que hacer aquella labor. Pese a sus esfuerzos, a
principios de 1347, la población de la ciudad estaba contagiada y comenzaron a
sufrirse las bajas entre los sitiados.
No se sabe a
ciencia cierta, si fue por voluntad propia, debido a la gran mortalidad que se
daba entre las filas mongolas, por el bloqueo de los puertos por naves
italianas, o por ambas circunstancias, pero el caso es que el ejército mongol
levantó el sitio y dejó aquellas tierras.
Los asediados no
estaban en mejor situación, pero a los supervivientes, al levantarse el sitio,
les faltó tiempo para coger sus barcos y huir de la ciudad, llevándose con ellos un indeseado acompañante:
la peste.
Los huidos de
Caffa, recalaron primeramente en Constantinopla,
en la salida del mar Negro, contagiando la capital del Imperio Bizantino. Al poco tiempo llegaron a Sicilia -que no se salvó de la
infección- y finalmente a Génova,
contagiando con la peste bubónica también la metrópoli. La peste, coincidiendo
con el calor de la primavera,
empezó a extenderse como una mancha de aceite por una Europa que, no estaba habituada a esta
enfermedad. Los supervivientes se reducían a un veinte por ciento de los
afectados, lo que comportó la muerte de la escalofriante cifra de veinticinco
millones de personas y reducir en menos de cuatro años, la población europea a
la mitad.
Palmiro no veía el
día de abandonar la ciudad, llevarse a toda su familia, su mujer, sus dos hijos
y su suegra. Sabía que si se quedaban entre las murallas de Caffa morirían,
como estaban muriendo uno a uno todos los habitantes, desde que los mongoles
lanzaron sobre ellos aquella gran cantidad de cadáveres de sus guerreros.
Sospechaba
Palmiro, se lo había comentado a su esposa, de que la causa de la muerte de
tantos habitantes de la ciudad, la tenían los cadáveres de los mongoles y, no
le faltaba razón, aunque se le escapase como se contagiaba aquella enfermedad
que los estaba matando. La única solución que veía plausible era abandonar la
ciudad y volver a Génova, o a cualquier punto de Italia en su nave, cuando los
mongoles se hubieran marchado.
Palmiro era
navegante, hace más de un año, quiso llevar a su familia a aquella ciudad de
Caffa, en su viaje desde Génova, a la vez que llevaba mercancías por las que le
pagarían muy bien. Su idea era llegar a Constantinopla, en el cuerno de oro, e incluso, navegar por el
mar Negro, por su parte sur para llegar hasta Trebisonda y Lovati. Tenía la
idea de llegar lejos, y poder conseguir algún cargamento en aquel lejano mar
que, pudiera reportarle grandes beneficios antes de regresar a Génova.
No hay comentarios:
Publicar un comentario