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lunes, 13 de mayo de 2019


Escudo de armas del rey Felipe VI de Francia
El cuarto jinete
Libro VII de La Leyenda de Jhuno
CAPITULO VII: Matar al rey de Francia
Richard lo primero que vio fue la oriflama, por sus vivos colores, pero no distinguía bien cuantos caballeros iba, en parte por la distancia, en parte por la lluvia que todavía caía, en menor medida que antes.
Pero al final pudo contar a cuatro caballeros que, se acercaron a las posiciones inglesas con el fin de observar cómo estaba posicionado el ejército inglés, con el que se supone habían de entablar batalla. Los ingleses, por su parte los dejaron que examinaran todo a su placer. Ningún inglés hizo ademán alguno de atacar a aquellos franceses, la orden de su rey, era tajante que, nadie hiciera nada, que nadie se moviera de sus posiciones.
El rey Eduardo, en su caballo había estudiado a conciencia, con anterioridad toda la zona, incluso durante la lluvia. Pensaba que estaban en el lugar idóneo, formados para una defensa contra una carga en línea de la caballería pesada francesa. Sin embargo, la pregunta llegaba a la mente del rey. ¿Qué pasaría si los franceses no atacaban como él había previsto?
Cuando el porta-oriflama y sus tres acompañantes regresaron a filas francesas, informaron.
—Los ingleses se han detenido. Han adoptado una posición defensiva en una cresta entre las localidades de Crécy y próxima villa de Wadicourt. Carlos el hermano del rey de Francia, no pudo por menos de exclamar.
—¡Entonces hoy mismo entraremos en batalla!
Todos los caballeros que se encontraban en los alrededores y escucharon, estallaron en júbilo, tal era su afán de venganza.
El tumulto y la confusión del ejército francés, formaba un triste contraste con la calma y la regularidad de las huestes enemigas; tenían los franceses mil bravos capitanes, pero ninguno general. Desde los primeros movimientos no reinaba el acuerdo sobre el orden que había de observarse. Los ballesteros genoveses marchaban detrás de la caballería, a la cola de la columna: el rey de Bohemia expuso el poco caso que se hacía de aquellos extranjeros, cuyo valor conocía, y que ellos solos debían oponerse a los archeros ingleses. La majestad del anciano rey, y su experiencia en la guerra, persuadieron a Felipe, y mandó que pasasen los genoveses a la cabeza de las tropas; más el impetuoso conde de Alençon criticó el acuerdo tomado, porque le impedía encontrar el primero al enemigo.

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