Escudo de armas del rey
Felipe VI de Francia
El cuarto jinete
Libro VII de La Leyenda de Jhuno
CAPITULO VII: Matar al rey de
Francia
Richard lo primero
que vio fue la oriflama, por sus
vivos colores, pero no distinguía bien cuantos caballeros iba, en parte por la
distancia, en parte por la lluvia que todavía caía, en menor medida que antes.
Pero al final pudo
contar a cuatro caballeros que, se acercaron a las posiciones inglesas con el
fin de observar cómo estaba posicionado el ejército inglés, con el que se
supone habían de entablar batalla. Los ingleses, por su parte los dejaron que
examinaran todo a su placer. Ningún inglés hizo ademán alguno de atacar a
aquellos franceses, la orden de su rey, era tajante que, nadie hiciera nada,
que nadie se moviera de sus posiciones.
El rey Eduardo, en
su caballo había estudiado a conciencia, con anterioridad toda la zona, incluso
durante la lluvia. Pensaba que estaban en el lugar idóneo, formados para una
defensa contra una carga en línea de la caballería pesada francesa. Sin
embargo, la pregunta llegaba a la mente del rey. ¿Qué pasaría si los franceses
no atacaban como él había previsto?
Cuando el porta-oriflama y sus tres acompañantes
regresaron a filas francesas, informaron.
—Los ingleses se
han detenido. Han adoptado una posición defensiva en una cresta entre las
localidades de Crécy y próxima villa de Wadicourt. Carlos el hermano del rey de Francia, no pudo por menos de
exclamar.
—¡Entonces hoy
mismo entraremos en batalla!
Todos los
caballeros que se encontraban en los alrededores y escucharon, estallaron en
júbilo, tal era su afán de venganza.
El tumulto y la confusión del
ejército francés, formaba un triste contraste con la calma y la regularidad de
las huestes enemigas; tenían los franceses mil bravos capitanes, pero ninguno
general. Desde los primeros movimientos no reinaba el acuerdo sobre el orden
que había de observarse. Los ballesteros genoveses marchaban detrás de la
caballería, a la cola de la columna: el rey de Bohemia expuso el poco caso que
se hacía de aquellos extranjeros, cuyo valor conocía, y que ellos solos debían
oponerse a los archeros ingleses. La majestad del anciano rey, y su experiencia
en la guerra, persuadieron a Felipe, y mandó que pasasen los genoveses a la
cabeza de las tropas; más el impetuoso conde de Alençon criticó el acuerdo
tomado, porque le impedía encontrar el primero
al enemigo.
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