Ballesteros genoveses en los inicios de la batalla de Crécy
El cuarto jinete
Libro VII de La Leyenda de Jhuno
CAPITULO XI: La batalla de
Crécy
Ante la presencia
del ejército francés que, precipitadamente se recomponía para entrar en batalla
haciendo gala de sus escudos de armas, al menos los caballeros y la nobleza,
los ingleses, se levantan de sus sitios en silencio. Solamente los arqueros ordenados
en las primeras posiciones dan un paso adelante, mientras la infantería
irlandesa y galesa, en segunda línea desenvainan sus espadas. Por último, los
hombres de armas de la tercera fila, levantan sus lanzas «tan derechas, que se asemejan a un pequeño bosque».
Si Felipe no había podido
detener su ejército antes de llegar al campo de batalla, en estos precisos
instantes le resultaba todavía más imposible, ante la presencia de los
ingleses. La vista del enemigo produjo en Felipe el efecto que causa siempre en
todos los franceses: el ardor del combate y el furor guerrero. «Ved, gritó, a los malvados que han degollado a mis pobres pueblos; perdido,
incendiado y despoblado la Francia. Vamos, señores, barones, caballeros, escuderos y hombres
buenos de los comunes, venguemos nuestras injurias,
olvidemos odios y rencores pasados, sí existen entre nosotros, y corteses y sin
orgullo portémonos en esta batalla como hermanos y parientes».
El rey de Francia
supo de la sabiduría del consejo de parar su ejército, descansar, reagruparse y
plantear batalla a la mañana siguiente, pero los acontecimientos se habían
precipitado, y ahora, todo su ejército gritaba y clamaba por entrar en batalla.
Ahora no era el momento de dar marcha atrás, ello hubiera sido mal
interpretado, con toda seguridad.
Pero las dudas
también estaban del lado inglés, el propio mariscal inglés, el conde de Warwick, las expresaba así a su rey.
—Majestad, ¿estáis
seguro de que este es buen lugar para presentar batalla a los franceses?
—¿Acaso deseas
Thomas que, salgamos huyendo de este lugar, para encontrar, quizás, otra colina
semejante a esta o mejor que esta, dónde presentar batalla?
—No majestad, pero
si podíamos huir, somos menos que los franceses, podemos ir más rápidos.
—Nos tienen a la
vista, saben dónde estamos, saben por dónde nos retiraríamos, sólo tenían que
enviar a la caballería para alcanzarnos. ¿De verdad crees que podíamos resistir
el empuje de la caballería francesa en campo abierto?
—No majestad. Mi
idea era la de retirarnos sin presentar batalla, lo más rápido posible para
llegar a Flandes, donde con los refuerzos podríamos presentar batalla con
ciertas garantías.
—No Thomas,
presentaremos batalla aquí, en Crécy. Está decidido.
—Vos sois el rey, os corresponde esa decisión,
a mí el proponeros alternativas, majestad.
—Lo sé Thomas, lo
sé, te lo agradezco, y no creas que yo no he tomado en cuenta tu consideración,
es más, también lo había meditado antes, pero creo que nuestra oportunidad es
aquí, en Crécy.
—Por otro lado,
majestad, tenéis demasiado en cuenta la opinión de ese noruego, Harek, creo que
se llama. No olvidéis que es un extranjero, nada nos garantiza que trabaje de
nuestro lado.
—Thomas, según tú
¿cuál es la principal arma que tiene nuestro ejército?
—Sin lugar a
dudas, nuestra caballería, lo ha demostrado en muchas ocasiones, majestad.
—No discuto que no
sea eficiente nuestra caballería, que lo es, ¿pero, en verdad crees que sería
suficiente nuestra caballería para enfrentarse a la caballería francesa?
—No majestad,
nuestra caballería es muy inferior en número a la francesa.
—Hasta ahora
Thomas, hemos hecho una gran cabalgada por tierras de Francia, y hemos
conseguido salir airosos por la sencilla razón de que sabíamos por dónde nos
movíamos, hemos evitado en todo momento al ejército francés, incluso lo hemos
burlado en dos o tres ocasiones. Si que disponemos de caballería, de
infantería, y de arqueros, pero no en número suficiente en ninguno de los
casos, ni en conjunto para enfrentarnos a los franceses con un resultado
seguramente catastrófico para nosotros.
En una batalla hay
que huir de la incertidumbre, de aquella suerte que puede volcar el resultado
en uno u otro lado. Considero que hay que buscar la certeza de que la batalla
puede ganarse, y eso es lo que hemos hecho.
—Majestad, este
sitio lo eligió ese noruego, me refería a eso.
—Te equivocas
Thomas, este sitio lo elegí yo, él me indicó el sitio, con sus posibilidades,
yo lo elegí, nadie más que yo. Pero entiendo tus dudas Thomas.
—Gracias majestad.
—¿En nuestro
ejército de que andamos escasos Thomas?
—De caballería mi
señor, lo hemos hablado antes, también de infantería, supongo, debido más que
nada al número de hombres de armas franceses.
—¿De qué tenemos
mucho, o mucho más que el enemigo?
—Arqueros, mi
señor.
—Además de
arqueros, tenemos muchas flechas Thomas.
—Si majestad, las
suficientes para parar a todo un ejército como el francés.
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