Asesinato de
Pedro I a manos de Enrique II de Trastámara
El cuarto jinete
Libro VII de La Leyenda de Jhuno
CAPITULO XX: Guerra civil
castellana II
Du Guesclin había sido tentado por
prebendas económicas y territoriales por parte de Pedro I, así que simuló
aceptar tales ofertas, citando al monarca en su propia tienda de campaña que
mantenía en los exteriores de Montiel.
Según la leyenda, aquel encuentro entre Pedro y Enrique, hermanastros
irreconciliables tuvo tintes de una obra trágica.
Allí se presenta el rey, acompañado,
entre otros, de Men Rodríguez de Sanabria, de Fernando de Castro y de Fernando
Alfonso de Valencia. Cuando
llegó al lugar, Enrique que apreció en la tienda, preguntó a su hermanastro
Pedro. El rey
castellano daba por supuesto que se iban a respetar las formalidades mínimas
pero lo cierto es que no había tomado las precauciones necesarias para evitar
tan mayúscula sorpresa. Esa confianza, le costaría la vida y el reino.
«Muy ajeno el infortunado rey a la felonía o
canallada del caballero francés Du Guesclin, salió con hora prefijada con tan
solo tres caballeros de su confianza, pasó a la tienda del villano extranjero
que le vendió. Pero las reticencias de Du Guesclin y su tardanza en conducirle,
inspiraron sospechas en don Pedro, que decidió regresar a la fortaleza
amurallada de Montiel, cuando avisado secretamente el de Trastámara, se
presentó furioso en la tienda lanzando insultos contra el hermano, a quien ya
ni siquiera conocía.
Allí, su hermanastro, bien plantado y seguro de sí
mismo, le espera junto al fornido gigante francés, jefe de las Compañías
Blancas, ejercito mercenario que lo mismo valía para un roto que para un
descosido, y le pregunta:
— ¿Dónde está ese judío hideputa que se nombra Rey de Castilla?
— ¡El hideputa seréis vos, pues yo soy hijo legítimo del buen Rey Alfonso! —respondió inmediatamente
Don Pedro que fue el primero en iniciar el combate—.
—¡Mandaste a matar a mi madre y a mi hermano y
aunque del mismo padre, hoy muere uno de los dos!
—Quien en el sepulcro cuadre, gran
bastardo, seréis vos. Que soy por divina ley, de Castilla único rey. ¡Oh,
mísero usurpador!
—Para que
pueda heredarte, tus corona y estandarte, ¡muere pues rey y señor!». El Rey Don Pedro el Cruel. Tragedia en Cuatro Actos de Santiago Sevilla
En un momento de la contienda entre los dos hermanos, que peleaban puñal
en mano, el rey de Castilla, Pedro I, consiguió desarmar a Enrique, Conde de
Trastámara, pero en aquel preciso instante, Bertrand du Guesclin intervino
sujetando al rey por la pierna y haciéndolo girar. Ese, fue el instante que
aprovechó Enrique para matar al, hasta ese momento, rey de Castilla, con una
estocada mortal. Después de la lucha, el caballero francés Bertrand du Guesclin
se justificó con su cita más conocida.
Don Enrique,
después de asesinar a su hermano, se cebó furiosamente en su cadáver
profanándole bajo sus plantas y cortándole la cabeza. Don Pedro I el Cruel, a
su muerte, contaba con treinta y cuatro años de edad. Poco antes de morir mandó
asesinar a un fraile dominico porque tuvo el valor y la clarividencia de
advertir al rey que no fuese a Toledo. El profético monje tenía el
presentimiento, y así lo anunció al monarca, de que perecería luchando con su
hermano Don Enrique.
A
continuación, la cabeza del monarca fue clavada en una pica y exhibida entre
las tropas, exponiéndola en las almenas del castillo de Montiel. Con la muerte
de Pedro I terminó el reinado de la Casa de Borgoña en Castilla y empezó el de
la Casa de Trastámara, que casi dos siglos después, llegaría a su final con la
muerte de Fernando el Católico.
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